miércoles, 12 de diciembre de 2012


14-N

       Desperezóse Libertad aquella mañana cuando la luz del astro rey atravesó el ventanal, y escaló desde la solería hasta su almohada. Pero aquel 14-N el sol no salió con intención de calentar un día más de rutina. Aseóse, cortó el ayuno y salió camino al complejo comercial, donde se encontraba su modesta fuente de ingresos de veinte metros cuadrados. Este trayecto que tediosamente hacía a diario, hoy era diferente, y lo encañonaba con la excitación propia de saberse protagonista del cambio. Cuál fue la no grata sorpresa de Libertad al ver que piquetes de esos que se autodenominaban “informativos” la recibieron con contenedores incendiados, cerrándole el único acceso al complejo. El gentío y su bullicio impedían a Libertad hacerse explicar, y las morbosas consignas invitaban a la violencia. En su afán por ganar la entrada, alcanzóle una piedra en la cabeza, cayendo Libertad en el acto... Las pancartas que en el local de veinte metros cuadrados esperaban para ser desplegadas y apoyar la causa no saldrían finalmente aquel 14-N a la calle.

martes, 27 de noviembre de 2012


Agonía

       Siento una presión en el pecho que me impide respirar. Me encoge el corazón hasta producirme náuseas. Vomito repetidas veces. Mi estómago no ofrece ya más que bilis, cuya acidez me produce nuevas náuseas. Apenas me ha dado ese monstruo algo de pan duro desde que me encerró, hace ya..., he perdido la noción del tiempo... Si no tengo escapatoria, que sea rápido, indoloro... No quiero acabar colgado por el cuello como el resto de mis congéneres que aquí agonizan. ¡No!..., ha clavado sus ojos sanguinarios en los míos..., ¡ahí viene!..., se acerca con una maquiavélica sonrisa... Maldita vida perra...


martes, 13 de noviembre de 2012


Por qué


Y es que, ¿qué puedo hacer?

Quizás no esperabas ansiosamente, como me pasaba a mi, una respuesta.

Y ahora, ¿qué? Me cansé de escribirte, no hallaba correspondencia.

Y es extraño, pues siento la necesidad de compartir mis momentos contigo.

Y ahora, ¿qué? Sólo me queda consumirme en mi agonía de deseos no correspondidos.

Y es extraño, porque apenas no conocemos.

miércoles, 17 de octubre de 2012


Engaño


I

Me engañaron, al principio: las miradas furtivas por encima de los libros; el recorrido de tus ojos siguiéndome hasta que me perdía de vista; el nervioso movimiento de tu cuerpo cuando te sabías vigilada.

Me engañaron: las nimias palabras que me dedicabas, que interpretaba erróneamente, pues, ¿para qué ibas a hablarme, si no éramos amigos, si no es porque tenías interés?

Me engañaron: tus sonrisas mirándome a los ojos; tus ojos fijos en mi; la sonoridad del choque de tus labios contra mis mejillas.

Me engañaron, más tarde: que eligieras el asiento de mi lado, y no otro, del anfiteatro; tus invitaciones a café sin motivo; tus manos, jugueteando con cualquier objeto para canalizar la tensión.

Me engañaron: los paseos que compartíamos hasta la esquina, donde cada día nos separábamos, y donde al día siguiente nos reencontraríamos; las conversaciones que seguían en la esquina tras habernos despedido.

Me engañaron, al final: tus deseos de tenerme cerca a deshoras; tus lágrimas, derramadas sobre mis hombros cuando lo necesitabas; y la percepción que hice de la realidad: no ver que simplemente éramos amigos.


II

Y te culpo por ello: por la omisión de explicitud; por el margen que concedías a la interpretación; por la ausencia de negación.

Te culpo: por no haber actuado consecuentemente, y acomodarte en lo que para ti era una amistad; por no haber sido fiel a las normas de la ética y de la moral.


III

Me mataste: cuando tus palabras de hasta pronto, entre lágrimas, prometían traerte de vuelta, y no nos volvimos a ver.

Me mataste: permitiendo que nuestra esquina perdiera la identidad que durante años le dimos, llegando a convertirse en una más del trayecto; tolerando que otra se sentara a mi lado, en tu lugar; y consintiendo que los cafés dejaran de tener razón de ser.

Me mataste: al dejar que fuera el tiempo, y no tú, quien me explicara que yo era prescindible.

Me mataste: con la ausencia de ti.



lunes, 1 de octubre de 2012

A Belén y Manolo, que se han casado en este inicio del otoño de 2012. Felicidades.



Nosotros


Sonrío, al evocar el día en el que apareciste, así, sin más. Lo recuerdo como si no hubiera pasado el tiempo.

Y ahora, míranos, ¿quién nos lo iba a decir?

Entraste en mi vida sin avisar, y te hiciste con ella. Te convertiste en una necesidad. Aunque fue una necesidad recíproca, pues yo también me hice con tu vida.

Hicimos de nuestra existencia una mutua adicción.

Y, desde ese momento, empezamos a crear nuestra propia realidad. Realidad perenne, la que nos empuja hoy a estar aquí.

Pero cuidado, te digo. Seamos prudentes, pues, en ocasiones, me sorprendo gastando tus bromas, y haciendo tus tonterías. Y me gusto, pero a la vez me asusta,
pues puede llegar el momento en el que no me encuentre.

Seamos, como las cuerdas de la guitarra, donde cada una tiene su nota, pero que juntas suenan en armonía.

Por eso, cariño, te digo, que sepamos convivir, más también conservar nuestra identidad.

Y ahora, respóndeme: Qué será de mi, si un día, de repente, desapareces.

Qué será, dime, pues tú eres la causa de mi felicidad.



sábado, 22 de septiembre de 2012


No me odies


No me odies. No lo hagas porque ya no sienta lo que antaño sentía, pues nadie es dueño de sus sentimientos.

No me odies por no haber buscado una casa para los dos, pues nos hubiéramos arrepentido.

No me odies. No lo hagas porque no hayamos tenido nuestros hijos, pues, ¿qué hubiera sido hoy de ellos?

No me odies, porque odiando no te estás respetando.

No me odies. No lo hagas por no firmar hoy lo que otrora sí hubiera hecho: no separarnos jamás.

No me odies porque dejara de quererte.

No me odies. No lo hagas, porque odiar, como siempre dice mi madre, es un lastre.

No me odies, aspiras a algo mejor.

No me odies. No lo hagas, pues vales mucho, y tienes un mundo de posibilidades por descubrir.

No me odies por estas razones que te doy, pues nada se merece que odies.

No me odies. No lo hagas, pues el amor se acabó, y hubiera sido de cobardes, y conformistas, mantener algo muerto.

Además, no seas hipócrita, tú también dejaste de quererme, y de pensar en nuestra casa, y en nuestros hijos.

Y cuando eso pasó, ya no hubieras firmado un amor eterno como otrora sí hubieras hecho, porque el amor se acabó. Y el amor, como los sentimientos, son algo que no podemos controlar.

No me odies. No lo hagas, por favor, porque aunque no hayamos tenido nuestra casa, ni nuestros hijos, ni nos queramos ya, me sigues importando.

Así que no me odies, y sé feliz, pues si tú eres feliz, yo tengo una razón más para serlo.

martes, 11 de septiembre de 2012

Oda a la desconsideración


Apartad, ¡me agobiáis!

Dígale a sus niños que dejen de corretear, ¡invaden mi espacio vital!

De acuerdo, no estoy en mi casa, pero esto es un espacio público, y por esto, todo el mundo tiene derecho a sacarle provecho.

No alcanzo a comprenderlo..., tiene un kilómetro de playa, ¡e hinca el palo de su sombrilla a un metro de mi toalla!

No pido un radio a mi alrededor de 10 metros, que por otro lado no estaría mal para empezar, ¡pero es que estoy oyendo el menú que ha traído para jamar!

¿No puede entender que no está en sus dominios privados?

Señora, por favor, que cualquiera diría que una semana va a acampar..., ha montado un chiringuito lo suficientemente grande como para que su marido, la pareja de viejos, ese que roza la cuarentena, los tres niños hiperactivos y usted, quepan para almorzar, ¿no puede pensar que semejante tinglado, a un paso de mi humilde asentamiento, puede hacerme sentir fuera de lugar?

Si tan sólo es una cuestión de empatizar... No joda, señora, póngase en mi lugar.


viernes, 15 de junio de 2012

Si no me quiere, prefiero morir


I

       Con aquel chico, Jorge, se había vuelto a ilusionar. Su vida había vuelto a adquirir sentido. Si tenía que despegarse de él aunque fuera tan sólo por unas pocas horas, como cuando se iba a jugar al fútbol con sus amigos, ella sufría, y sólo esperaba el momento en el que él terminara el partido para volver a casa, donde ella lo solía esperar con la cena preparada, con los platos que a él más le gustaban. Vivían ambos en la ciudad Condal, donde se habían conocido en la facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Barcelona. Cada uno vivía en un piso alquilado “de estudiantes”, de esos de alquileres elevados y grandes carencias, ya se tratara de una lavadora que desteñía la ropa de forma sistemática, por un problema con la temperatura del agua, o de una vitrocerámica antigua de 4 placas, de las que tan sólo funcionaba una. No obstante, podríamos decir que vivían juntos: Desde que se conocieron sus vidas se habían fusionado en una sola. Compartían piso siempre, fuera el de él, fuera el de ella, lo cual hacía un poco estúpido el gasto de dos alquileres, cosa que hacía enervar a los padres de ambos, pues eran los que financiaban los estudios de los dos. Llevaban así 5 años, desde que se conocieron en 1º de carrera. Habían pasado sus 5 años de estudios universitarios como novios, y ahora estaban a punto de licenciarse y de empezar a buscarse las castañas por sí mismos. Esos 5 años de relación fueron maravillosos para Carla y Jorge. Fueron maravillosos hasta que el amor se acabó. Hubieran ambos firmado quererse y permanecer juntos hasta la muerte, pero desgraciadamente el amor es una ciencia infusa que se iba igual que venía, sin saberse por qué, sin motivo, de forma irracional. Fue entonces, en 5º de carrera, cuando las mariposas del estómago de Jorge dejaron de mover las alas, y de hacerle cosquillas. Ya no iba a casa de Carla después de los partidos de fútbol, ni la llamaba después de un día entero sin verse. Ya no la quería.

       Jorge empezó a sentirse incluso culpable de haberla dejado de querer después de la intensidad del amor que ambos se habían profesado. Ella en cambio lo seguía queriendo igual, como siempre, hasta la muerte, y ver que él ya no la quería le suponía el peor de los sufrimientos. Era una condena que no podía soportar. Por eso el día en el que él reunió el valor suficiente como para hacerla entender que ya no la quería y que la relación que tenían se había acabado, ella entró en una depresión tan grande que la llevó al extremo de un intento fallido de suicidio: Era diabética y dejó de inyectarse sus dosis de insulina, hasta que entró en coma por hipoglucemia grave, por un nivel extremadamente bajo de glucosa en sangre. Sin él, ella no quería vivir.

       Por su parte, Jorge estaba al corriente de aquel intento de suicidio, pues ambos tenían amistades en común que lo ponían al día de la evolución de Carla, así que sabía por todo por lo que ella estaba pasando. Ya no la quería a ella, pero tampoco quería a las demás. Había experimentado un amor tan profundo, una devoción tan grande, una pasión tan intensa, que la vida ahora le parecía nimia y sin sentido, y las chicas, vulgares. Le parecía un milagro que alguna chica pudiera estar algún día a la altura que Carla impuso.


II

       -¡Carla, Carla, despierta!, ¡estás teniendo una pesadilla!- ella abrió los ojos y se irguió súbitamente. Tenía el semblante pálido, y un sudor frío la empapaba por completo. Tenía escalofríos y temblaba ligeramente. Su temperatura corporal era más baja de lo normal. La expresión de su rostro, completamente descompuesto, dejaba ver el pánico que aquella pesadilla le había provocado.
       -Ten, cielo, bebe agua. No pasa nada, estás aquí conmigo. ¡Estás helada!, toma, tápate, tienes que entrar en calor. Dime, ¿qué has soñado tan horrible como para que te despiertes así?
   Carla estalló en un lastimero sollozo que desembocó en llanto. Cuando consiguió recomponerse dijo:
      -Ay Jorge, he soñado que dejaba de inyectarme mis dosis de insulina. He soñado que me suicidaba.
    Tras decir esto volvió a estallar en un nuevo y desconsolado llanto. Era un llanto desgarrador que hacía poner el bello de punta.
       -Pero Carla, ¿qué dices?, ¿por qué ibas a querer suicidarte?
       -Jorge, he soñado que me suicidaba porque dejabas de quererme.
      -Eso es imposible cielo, yo nunca voy a dejar de quererte, ¿entiendes? Nunca. Tú y yo vamos a estar juntos siempre.
       Y con la seguridad de que todo estaba en orden, Carla volvió poco a poco a entrar en calor y a quedarse dormida entre los brazos de Jorge.


III

      -¡Carla, Carla!, ¡hija mía!, ¡te has despertado! ¡Llamen al doctor, urgente!, ¡mi hija ha salido del coma! ¿Cómo te encuentras mi niña? ¡Gracias a Dios que te has despertado!
Carla se había despertado del coma con una sonrisa en los labios. Su expresión era relajada, y manifestaba felicidad. Sus ojos no terminaban de enfocar correctamente en el lugar en que se encontraba. Parecía ausente. Su mente no estaba en aquella habitación del hospital Clinic I Provinzal de Barcelona. Parecía como si algún bonito sueño la hubiera empujado a salir del coma diciéndole “Carla, ¿por qué seguir pasándolo mal?, ¿por qué seguir con el sufrimiento?, despiértate y vive, que vida sólo tenemos una y hay que aprovecharla”. En las próximas horas Carla fue adquiriendo poco a poco conciencia de la realidad. Fue recordándolo todo con la ayuda de su madre, que, a su lado, se encargó de que ella adquiriera nuevamente conciencia de su situación. Poco a poco el rostro relajado con el que Carla había despertado empezó a cambiar y a adquirir expresión de terror. Sus facciones empezaron a tomar formas desencajadas, y sus ojos se abrieron mucho, hasta el punto de que parecía que se iban a salir de sus órbitas. Sus pupilas se contrayeron hasta la cuasi desaparición, dejando pacíficamente que el iris invadiera su espacio. Estaba prácticamente ciega. Su temperatura corporal había cambiado drásticamente: Primero subió mucho, hasta hacerla tener una fiebre de 45 grados, para bajar luego hasta los 30 grados. Sufría ahora una hipotermia grave. Su tensión, por tanto, había subido y bajado en picado. Ahora temblaba y sudaba fríamente. Sus constantes vitales eran tan bajas que desafiaban la muerte: Estaban en el límite de dejar de latir y de que la declararan muerta. El rostro de Carla era de pánico. No hablaba, no reaccionaba. Había entrado en un estado de shock, y tan sólo repetía con agonía una y otra vez para sí misma y mirando al vacío: “Si no me quiere, prefiero morir”. Se había despertado del coma a mediodía, para una hora más tarde entrar en ese estado de shock. Los médicos estuvieron toda la tarde intentando reanimarla, hasta que, finalmente, sobre las 8 de la tarde, tuvieron que declarar su muerte cuando las constantes vitales de Clara desaparecieron.


jueves, 31 de mayo de 2012

Basilea

      Sublime. Con este adjetivo comienzo para contar un poco mi visita dominguera a Basilea, Suiza. Lo que busco con esta palabra es intentar transmitir lo que sentí sobre el terreno... . Si echáis un vistazo al concepto que da la wikipedia de esta palabra, puede ser que descubráis su significado, como me ha pasado a mi (resulta incluso cómico el concepto de lo extremista que es). De forma breve, tan breve que puede resultar incluso insolente para los estudiosos de esta “categoría estética”, algo sublime es algo tan bello, visual y/o sensorialmente, que puede incluso provocar dolor, suplantando éste al placer. Así puedo describir el tramo del río Rín que atraviesa y parte en dos esta ciudad.

      Basilea está en la Suiza alemana, a tan sólo 40 km de Mulhouse. Estos 40 km los hice en tren, en el TER francés, que literalmente los engulló a sus 200 km/h. Basilea es un reencuentro de tres países: Alemania, Suiza y Francia. Está incluso más cerca de la frontera con estos dos países que Mulhouse. Cuando llegué me pasé por la oficina de turismo, situada en la misma estación de tren -Bonjour!-, saludé a la chica que estaba tras el mostrador. Me contesta a mi saludo y me pregunta que qué deseo. Callo unos instantes buscando la palabra adecuada en francés, que no llega, hasta que recurro finalmente al inglés -Sightseeing-. La chica me observa en silencio unos instantes y me pregunta en inglés -English or French?-, a lo que yo respondí -Español-. Y, con gran sorpresa, me dio una pequeña guía turística en español. La guía explicaba y mostraba sobre un mapa los 10 puntos más turísticos de la ciudad. Aunque al abrir el mapa en lo que te fijabas no era en esos puntos, sino en una gran línea sinuosa y azul, de enorme anchura. El río Rin.

       Al salir de la oficina de turismo, lo primero que hice fue buscar un sitio cercano y tranquilo donde sentarme y leer la guía, y así poder decidir una buena ruta para descubrir la ciudad. Decidi visitar esas 10 atracciones turísticas. Tenía tiempo de sobra para turistear y descansar. Era temprano, las 10:15, y el último tren de vuelta salía a las 20:18h. Tenía todo el día por delante para descubrir Basilea.

     Tuve suerte y el domingo hizo un día perfecto para hacer turismo: lucía el sol y hacía un calor moderado, que podía soportarse fácilmente gracias a la agradable brisa que soplaba y a la multitud de fuentes de agua fresca y limpia proveniente de las montañas que minaban toda la ciudad.

     Mi decisión de visitar Basilea no fue azarosa. Pedí consejo en mi familia adoptiva, que como buenos conocedores de su ciudad y alrededores, supieron asesorarme bien. Las opciones que barajaba eran Estrasburgo, capital de la Alsacia, a una hora de Mulhouse. Zúrich, capital económica de Suiza, también a una hora, y Basilea, también en Suiza, ciudad cultural, turística y universitaria, y tercera urbe más poblada de Suiza (a 20 minutos). También barajaba Berna, capital de Suiza, pero el trayecto eran 2 horas para ir y otras 2 para volver, quizá mucha tela para un solo día... Ninguna ciudad alemana cerca que mereciera tanto la pena como estos destinos. Me dijeron que descartara Estrasburgo, que los destinos suizos eran mejores (pero creo que fue porque están un poco hartos de esta ciudad). Zúrich, muy industrial, poco que ver. Berna, ni pensarlo, demasiado lejos. Basilea es lo que quedaba: Un día de tranquilidad, un regalo para la vista y un país nuevo, con su cultura, costumbres, y todas sus particularidades.

      Habiéndome trazado un recorrido para ir viendo la ciudad y esas 10 atracciones turísticas, comencé mi andadura por la ciudad. Lo primero que llamó mi atención fue que había mucha gente haciendo footing. Claro, era domingo y como la gente no tenía que trabajar gustaba de hacer deporte. Seguí caminando y vi que algunas partes de la ciudad estaban cercadas, y que había policías y gente con petos cuidando de que se respetaran esas zonas valladas, que parecía constituían un recorrido. Sí, una carrera, de 16km, según pude enterarme del diálogo que mantuvieron una señora y uno de los señores con peto y silbato. Los corredores con dorsales. Pero también minaban la ciudad no participantes de los 16 km que hacían footing. “Vaya, aquí la gente hace deporte..., se preocupa por su salud”. Creo que vi al cabeza de carrera. Llevaba un ritmo tremendo para ser 16km... Era de tez morena, como la de los marroquíes, muy canijo, con piernas largas y fibrosas. Supongo que sería de algún país del norte de África. Delante de él iba una bicicleta llevada por un muchacho con peto, casco y silbato, dando pitidos para advertir de que tras él llegaba el huracán. Diría que ese era profesional, y que ese tipo de carreras populares eran puro entrenamiento para él. Fue divertido encontrarme casualmente en mitad de la carrera.

      Siguiendo con mi recorrido llamó mucho mi atención, sorprendiéndome gratamente, que la gente dejara sus bicicletas en la calle sin candados. Apoyadas en las patas y, como mucho, con finos pitones que pasaban por los marcos y ruedas traseras, bloqueando éstas, la gente dejaba sus bicicletas en las aceras y se iban a donde tuvieran que hacerlo. Había aparcamientos de bicis por toda la ciudad. “¿Qué bicicleta me gusta más?, uhm, esta parece buena, ¡me la llevo!” Eso es lo que pasaría en España si la gente dejara así sus bicicletas. Supongo que eso de las bicicletas es algo cultural. Y también económico, claro está. La gente vive bien, tiene de todo, y se respetan las propiedades (¡qué esperabas, estamos en Suiza!). No necesitas robar una bici porque tienes una. Y si no la tienes es porque no quieres, porque con el enorme consumo de bicicletas y la competencia de mercado que tiene que haber, supongo que comprarse una bici aquí no debe costar mucho. De todas formas. No todo el mundo tiene todas sus necesidades cubiertas en Basilea. También vi a algunos indigentes, como en todos los sitios. Pero pocos. Así que, como hemos dicho, también es algo cultural. Tiene que estar muy mal visto robar una bicicleta. Y puede que haya además una especie de registro de bicicletas. Y que lleven un chip localizador dentro del cuadro, como el que se le ponen a los animales. En fin, conjeturas.

      La ruta que me tracé para visitar las atracciones turísticas de Basilea atravesaban el Rin en un par de ocasiones. La primera vez que lo crucé quedé prendado de su belleza. Cuando he comenzado a escribir este blog lo primero que ha venido a mi cabeza ha sido el Rín, por eso he comenzado como lo he hecho, con ese adjetivo tan..., ¿radical? Son grandes obras arquitectónicas los puentes que hay sobre el Rín para pasar de un lado a otro de la ciudad. No se merece menos el río, desde luego. Hasta arriba, caudaloso. Con una corriente que hace completamente imposible remontar el río sin la ayuda de un motor. Se veían lanchas de particulares que luchaban a contracorriente con el motor a tope. Salvaje. Algo que llamó mi atención fue la forma de los basilenses de disfrutar de esta maravilla natural. Pero es que claro, no podía ser de otra manera. Y no hay manera mejor ni más divertida. Se tiraban de los diferentes puentes al agua, con esos 20 metros que podía haber perfectamente. Con flotadores o plásticos llenos de aire que llevaban atados al cuerpo. Muchísima gente, toda a la deriva, río abajo, hasta que se cansaban y poco a poco, y no sin esfuerzo, se dirigían a la orilla para salir. Hacía mucho calor. Me fascinaba ver ese espectáculo. No pude resistirme, así que decidí bajar a la orilla. Las orillas del Rín como si de la playa se tratase. Todo lleno de gente con toallas dispuestas bien sobre las piedrecillas, bien sobre el hormigón, tomando el sol, de picnic, refrescándose. Me quedé en calzoncillos y me fui al agua. Temperatura perfecta. No sabría decir si el agua estaba limpia o no, pero no estaba sucia. Ayudaba a eso la corriente, que se lo llevaba absolutamente todo. Me bañé en la orilla, con cuidadito de no dejarme llevar por la corriente, pues un par de veces me metí un poco más profundo y en 5 segundos pude recorrer 10 metros. Después me sequé al sol. Qué sensación. La playa de centroeuropa. Mientras me secaba vi que un buque mercante, titánico, remontaba el río. Para que os hagáis una idea de la anchura del río y del tamaño del buque, este último era casi como los buques mercantes que fondean en el puerto de Algeciras en espera de contenedores. Un poco más pequeño. Cuando estuve seco decidí seguir visitando la ciudad, pues apenas había empezado. Me vestí, puse en pie y seguí. Iba silvando por la calle. Estaba fresquito y feliz. Y de repente, pasando por un bar donde había gente tomando cerveza en la terraza, me entraron unas ganas enormes de tomarme una... Llevaba sin tomarme una cerveza desde antes de llegar a Francia. Sin duda éste era el momento. Pero no quería sentarme, quería seguir andando, disfrutando de mi camino, así que en el primer chino que vi (era un indio, para más concreción) me compré una carlsberg muy fría de medio litro. Y ahí iba yo por la calle andando, contentísimo. No me hacía falta nada más.

       La cerveza me dejó tocadito, no tan ciego como Diego pero casi. Ahora no silvaba, sino que cantaba por la calle mientras seguía mi ruta. Y de nuevo tocaba atravesar el Rín. ¡¡Bien!! Pensé que lo mejor que podía hacer era tomarme el bocadillo y el plátano que traía en la mochila, de nuevo a orillas del Rín, por supuesto, pero esta vez a una altura diferente, a ver si así se me despejaba la cabeza. Comí con apetito, y, de postre, como el plátano se me quedó corto, me di otro baño en el Rin, para dejar después que me bajara la comida mientras el sol me calentaba las entrañas.

      Creo que todo el mundo debería visitar y sumergirse alguna vez en este río. Es la arteria principal de la ciudad, y la causa por la que se habrá desarrollado. El alma de Basilea y seguro que el mayor orgullo del basilense. Es realmente impresionante.

    No voy a decir mucho sobre esos 10 puntos turísticos que señalaba el mapa porque comparados con el río no valían mucho. Aún así, los visité todos, y de esta manera fui viendo poco a poco todo el centro de la ciudad, desde el bonito casco histórico hasta los parques que quedaban un poco ya en las afueras, pasando por ruinas de incalculable valor histórico y, por supuesto, por el Rin.

     A eso de las 17h, ya con mi ruta hecha y habiendo bebido de la esencia basilense, y con los pies hechos polvo después de marchar por más de 6 horas, decidí ir a sentarme a una terraza a descansar y a disfrutar de la ciudad desde una perspectiva más pasiva, viendo el ir y venir de la gente con otra cerveza bien fría. Anduve por un barrio lleno de bares y pubs, y elegí como destino una terraza situada en la esquina de una manzana. Desde ahí veía, a lo lejos, uno de los puentes que cruzaban el Rin y las muchas banderas de fondo rojo con la cruz blanca que había sobre él, y que lo recorrían desde una orilla hasta la otra, en ambos sentidos, acompañando a los coches, tranvía y transeúntes que cruzaban el río continuamente.

     Y así acabe mi visita a Basilea, con dos buenas cervezas brindadas con una viejecita charlatana que tenía en la mesa de al lado.

martes, 15 de mayo de 2012


Impotencia

       Por eso sus historias eran así, claro. Por eso sus historias eran para un público poco exigente. Aún no estaban preparadas para ser editadas a gran escala, y ya probablemente nunca lo estarían. No obstante, no eran mediocres, pues sus historias tenían ese punto que las diferenciaba del resto, esa chispa que marcaba la diferencia; aunque era evidente que a él le quedaban años de experiencia para desarrollar esa chispa. Sus historias tenían una redacción y un estilo que las hacían tremendamente singulares. Además estaban bien estructuradas, y la lectura se hacía amena, hasta el punto de que de vez en cuando daba algún salto de calidad, un subidón, llegando al extremo de que si tenías que dejar la lectura por el motivo que fuese, pensabas tan sólo en volver a retomarla. Pero él no podía mantener esa calidad de redacción durante mucho tiempo. Aún no había adquirido la capacidad de hacer de sus historias un subidón permanente. Le faltaba experiencia. Era sólo a veces que sin causa aparente se sentía especialmente inspirado y hacía arte con su bolígrafo y sus papeles. Pero ya digo, esto sólo sucedía a veces, con lo cual no era extraño tener el infortunio de toparte con un texto suyo poco agraciado, en el que la lectura, sin que llegara a resultar aburrida, te fuera indiferente. Y la indiferencia, para una persona que pretendía llegar con sus escritos a la gente, era una pena que no podía soportar.

      Como escritor era un hombre al que se le veía mucho futuro. Los contactos que tuvo tiempo de hacer en esos pocos años que llevaba en el mundo de los escritores, lo tenían por un virtuoso en potencia. Incluso algún periódico de la época se atrevió con titulares como “Li Jao Jing, ex alto cargo público del régimen del difunto presidente Mao Tse Tung, se hace hueco tímidamente en el mundo editorial con publicaciones de gran talento”. Lástima que no pudiera llegar a mucho más, y no porque le faltara talento, como venimos diciendo, o no quisiera. Era una causa de fuerza mayor lo que le impediría llegar a los corazones de los ciudadanos del mundo. La causa era su edad. Tenía 85 años.

       Era pues, un anciano. Su cabeza funcionaba perfectamente, pero su cuerpo estaba muy deteriorado. Le fallaban las articulaciones y los huesos. Sus enfermedades le auguraban pocos años más de vida. Fue tras su jubilación, en la vejez, que coincidió con la muerte del dictador, cuando descubrió cobijo en los libros y en todo lo que éstos tenían que ofrecer. Fue cuando comenzó a leer libros de influencia extranjera, pues comenzó a llegar a China filosofía, historia y literatura libres de toda influencia maoísta. Y cuando empezó a pensar fuera de aquel mundo en el que sólo existían escritos inspirados en el marxismo-leninismo. Entonces cambió de pensamiento, y descubrió que había mundo más allá del comunismo.

      Él se había criado en el régimen comunista de Mao Tse Tung, en el campo. Toda su formación fueron los postulados del gran Mao. Su cerebro había sido absorbido por las tesis comunistas maoístas. Dejó el trabajo en el campo y se alistó por convicción en las fuerzas de seguridad del régimen, régimen que los consideraba a él y a los suyos, a todo el campesinado, como el motor de la revolución. Una revolución que sería llevada a cabo, dada las características de China, por los campesinos del campo, y no por los obreros de las fábricas. Dado que China era rica en tierras fértiles, este país se libraría del capitalismo generador de desigualdades sacando el máximo de sus recursos, sacando el máximo provecho del campo. De esta manera, todos los chinos fueron llamados a trabajar la tierra, quedando las ciudades en un segundo plano.

     Se educó en políticas que buscaban inculcar obediencia. Aprendió a no preguntar. A aceptar sin rechistar. A no cuestionarse nada. A recibir órdenes. Lo que le enseñaron en la escuela del régimen era todo el sistema legal, social y educacional que había creado Mao. Lo había inspirado él, y él era un hombre portador de una verdad que con el paso de los años se tornó en absoluta. Había sido mitificado antes siquiera de haber perecido. No existía educación fuera de los ideales de Mao, todo era su voluntad, la manera ver las cosas por excelencia. Así que aprendían a obedecer y no cuestionar, pues, si lo que se ordenaba era la voluntad de Mao, y Mao tenía la verdad absoluta, la orden era una orden incuestionable. Absurdo preguntarse si no existiría una orden mejor u otra forma de hacer las cosas.

       El régimen de Mao Tse Tung lo había convertido en un asesino, así que era odiado. Subió a altos cargos del ejército, y participó activamente en las políticas irresponsables del dictador, que llegaron a producir una hambruna que se llevó por delante más de 30 millones de vidas. Por eso cuando el régimen cayó y las cortes de justicia internacionales empezaron a buscar responsabilidades, él era uno de tantos ex altos cargos a los que se le había puesto precio a su cabeza. Sin embargo, él aceptaba su imputación, y se declararía culpable. Era consciente de todo lo que la locura del régimen de Mao había hecho, locura que no podría haberse llevado a cabo sin la colaboración de personas como él.

      Con sus historias ni quería ni pretendía la redención. No la quería porque la consideraba un insulto a la humanidad, y no la pretendía porque era todo demasiado reciente, las consecuencias del régimen seguían a flor de piel en la sociedad china. No podía aspirar al perdón, pero sí a la comprensión. Comprensión hacia lo que había sido su vida, comprensión hacia su educación, comprensión hacia lo que sus ideales habían dado por válido durante toda su vida a causa de las circunstancias en las que nació y creció, y en las que estuvo toda una vida. Comprensión hacia lo que esa prisión de miles de kilómetros cuadrados hizo de él. Ahora le faltaba tiempo. Tiempo para adquirir experiencia como escritor y hacerse leer, tiempo para hacerse llegar a oídos de la sociedad internacional y llegar al alma de tantos y tantos que sufrieron humillaciones, interrogatorios, torturas y muertes. No obstante, apenas consiguió siquiera la comprensión. Los que leían sus historias lo hacían a sabiendas de quién había sido él, por lo que los prejuicios en muchas ocasiones impedían que ese perdón llegara hasta la gente. Así, sus historias resultaban en su mayoría indiferentes. Y la indiferencia para él, que pretendía con sus escritos pedir perdón a la gente, era mayor pena que la pena capital. Ahora, anciano y enfermo, con 85 años, y a la espera del juicio que lo llevaría a la tumba, se consumía lentamente ante la agonía de la incapacidad de haber hecho llegar su perdón a víctimas y familiares.


lunes, 30 de abril de 2012

Rinoceronte y avestruz

   ¡Posyavestruz!- díjole Rinoceronte a Avestruz en tanto que la conversación, en una manifiesta ofensiva tras haber sido herido por el comentario poco afortunado de la anterior, que decía: "Rinoceronte, tira para el monte con tus amigos los bisontes, y deja de dar por culo, coño".

   Y es que, aunque amigos, enemigos eternos, por tradición. Viene de antaño este enfrentamiento, que con el paso del tiempo no ha ido menguando, sino creciendo, y para el que sería empresa perdida buscar ungüento. Ya los padres de Rinoceronte y Avestruz, y los propios de estos, y así ascendiendo hasta no se recuerda dónde, se humillaban, se maltrataban. No obstante, ambos clanes, a pesar de tantas hostilidades, se necesitaban, se complementaban. Llevaban una extraña y singular relación, como la que en una democracia llevan Gobierno y oposición.

     Entre un clan y otro acaparaban, normalmente alternándose, "el liderazgo" de la sabana. Ese natural liderazgo cambiaba periódicamente cuando se produjera el general hartazgo, cuando las especies de la sabana dejaran de considerar representante legítimo al que el poder ostentara. Los Rinocerontes se habían hecho líderes de entre cebras y antílopes, búfalos y bisontes, jirafas y elefantes. La actitud mediadora que dominaba el carácter de estos gigantes terrestres, y la tranquilidad y parsimoniosidad con la que llevaban sus relaciones con los demás animales los habían llevado a líderes naturales de entre los herbívoros. Y en el lado contrario se encontraban los predadores, de entre los cuales, curiosamente, las avestruces se habían erigido en la posición de líderes. Los sabios de la sabana este suceso explicaban viendo cómo leones, chacales e hienas entre ellos se neutralizaban; todos demasiado competitivos como para cederse un poder que tanto ansiaban. Así, las avestruces habían conseguido hacerse un hueco conciliador entre tanta chabacanería. La vida en la sabana, como vemos, a carnívoros contra herbívoros se reducía.

   “¡Oportunistas, aprovechados, caciquistas, acomodados!", pensaban los hijos de tatarabuelos de Rinoceronte y Avestruz. Y “¡Oportunistas, aprovechados, caciquistas, acomodados!", reincidían las malsonantes en los pensamientos de los hijos de los hijos de tatarabuelos de uno y otro. Y así hasta que “Oportunistas, aprovechados, caciquistas, acomodados" llegaba por inercia al pensamiento de Rinoceronte y Avestruz. Pero claro, ¿cómo no iban a derivar sus pensamientos en estas palabras viendo cómo convivían desde hace siglos los clanes líderes con el resto de animales de la sabana?:

     No sería de justicia dejar de contar aquel suceso que la indignación general inevitablemente haría estallar: Ocurrió, durante la gran sequía que asolaron las tierras de Rinoceronte y Avestruz durante más de 4 años, que Rinoceronte “El Sinscrúpulo” guió a todos los animales a nuevas tierras. Se produjo el éxodo que aún hoy sigue en la memoria de todos los animales de la sabana. Se caminó entre tierras secas e infértiles durante semanas hasta que se llegó a un gran lago medio seco, pero con las reservas de agua suficientes como para dar de beber durante algún tiempo a varios clanes. Los animales se asentaron ahí y el agua se racionó. Cada especie, según necesidades, bebería cierta cantidad. Siguió sin llover durante mucho tiempo, o, si lo hacía, era muy poco, lo justo como para que el lago no llegara a secarse del todo, lo que obligaba a reducir cada cierto tiempo las dosis de agua para poder administrarla mejor. Los animales de las especies más vulnerables comenzaron a morir por deshidratación e inanición. Dieron el pistoletazo de salida a una masacre que se llevó por delante a casi un tercio de los miembros de toda la sabana. Sin embargo, era curioso observar cómo la salud de Rinoceronte “El Sinscrúpulo” y allegados, nunca mermaba: Sobornando a los responsables que hubieren, o nombrando a dedo a los que los sustituyeren, el gobernante había defraudado el sistema que se había creado tan meticulosamente por todos los animales en concilio para racionar el agua, consiguiendo raciones extra. Un buen día, comenzó a llover, y los que sobrevivieron a esos 4 años pudieron abandonar de una vez el exilio que a tantos había hecho perecer.

   Inevitablemente, las miserables actuaciones encubiertas del que en su caso fuera gobernante, daban lugar a rumores que provocaban entre los animales pensamientos indignantes. Pero esto no era problema para los líderes, pues por las mismas vías por las que lo conseguían todo, sobornos e influencias, o bien conseguían el favor de animales influyentes en la sabana, que de desmentir esos rumores se encargaban, o bien mimaban al más afectado sector animalesco durante el tiempo que hiciera falta para reducir el descontento. Este era el procedimiento escandaloso que llevaban a cabo rinocerontes y avestruces para salir airosos de los alborotos.

       Rinoceronte y Avestruz eran conscientes de todo el entramado sucio en el que vivían y del que se aprovechaban, y del que, aunque les avergonzara, parte formaban. Ambos ansiaban algún día ser líderes, y cambiar el orden de cosas que las costumbres de los gobernantes y el paso de los siglos habían consolidado. No querían que pertenecer a los clanes históricamente líderes de la sabana acabara volviéndolos insensibles hacia lo que ellos mismos habían criticado. No querían llegar a normalizar el injusto sistema que sus ascendientes y allegados habían conformado. No querían que la exposición permanente al entorno en el que vivían hicieran mella en sus valores éticos y morales, y acabaran entrando en el juego que tanta repulsión les había provocado. Todo esto es lo que más temían Rinoceronte y Avestruz, más que la plaga y la sequía, más que la epidemia y la inundación, más que la caza furtiva y la desertización. Sin embargo, no se daban cuenta de que aunque aquellos les parecieran pensamientos nobles, que en ellos había un trasfondo que hacía caer en saco roto todas buenas intenciones. No se daban cuenta de que anteponiendo su salud ética y moral a plagas y sequías, aunque estas últimas no dependieran de su voluntad, que estaban haciendo gala de un egoísmo visceral. No se daban cuenta de que anteponiendo la inviolabilidad de su conciencia a la epidemia y a la inundación estaban ya entrando en el juego. No se daban cuenta de que anteponiendo su ego a la caza furtiva y a la desertización habían condenado a la sabana antes siquiera de haberla gobernado.


viernes, 13 de abril de 2012


Reflexiones de borrachos

      -Está claro que es de eso, ¿De qué si no? Vale que se tenga una mala memoria, pero eso sólo hace que en todo caso se acentúe la amnesia.
       -¿De qué hablas?
       -Perdona, estaba pensando en voz alta.
      -Puf, te estás quedando peor de la cabeza que el loco ese, el que está siempre sentado en la marquesina de la rotonda que homenajea a Blas Infante.
       -¿Qué loco?
     -Tío, el que se pasa los días ahí sentado mirando el edificio de enfrente..., como buscando una inspiración que no le llega para hacer lo que quiera que haga en el cuaderno que lleva siempre encima.
       -Jaja, tú sí que te estás quedando loco. Yo estaba pensando en las mamadas como ciclones que se pilla Gil. ¡Y después no se acuerda de nada! Es como si hiciera un paréntesis en su vida durante las 3 horas que le duran el pelotazo. Esas 3 horas son como una especie de sueño que cree haber vivido, y del que va recordando cosas al azar que llegan a su memoria sin motivo aparente, y a partir de las cuales va reconstruyendo la historia de ese paréntesis plagado de lagunas.
       -Sí, es verdad tío, es un poco..., ¿cómo decirlo? Penoso. Te levantas al día siguiente sin haber tenido ni idea de lo que habías hecho. Beber para olvidar. A eso creo que se le llama amnesia alcohólica. A Gil le pasa a menudo. A lo mínimo que bebe ya empieza a olvidar al día siguiente. A mi raras veces me pasa eso. Ni cuando me pillo mamadones como el que llevaba ayer Gil.

       Tras un paréntesis de tragos, miradas perdidas y reflexiones internas:
       -Tío, ¿de qué estábamos hablando?, ¿qué te acabo de decir?
       -Ni idea...
       -Joder macho, con esta memoria parezco un demente.
       -Si no te acuerdas, una de dos: o era mentira o no era importante.
     -No me vaciles que tú tampoco te acuerdas... Madre mía, estoy súper ciego. Esto va a ser la amnesia alcohólica, que nos la ha contagiado Gil...
       -Eso no se contagia gilipollas.
       -Qué listo tío... ¿Otra copa?
       -Venga.

       Tras una copa más, la que les hizo perder la cuenta de las que llevaban:
      -Compadre, pues sí que es grave no acordarse de las cosas cuando se bebe. Es una droga fuerte el alcohol, ¿eh?
      -Sí, ¿y qué me dices de las de locuras que se hacen? Sin ir más lejos, y hablando del rey de Roma, el fin de semana pasado, cuando Gil y yo nos pillamos un ciego, nos pusimos a jugar al fútbol en la calle con una botella medio llena de agua que nos encontramos. Él me tiraba tiros y yo hacía de portero, y me tiraba por el suelo de la calle como si estuviera sobre césped. Al día siguiente tenía un dolor en la rodilla que no veas, y aún me duele todavía. Y la rodilla en carne viva. De todo esto me di cuenta a la mañana siguiente cuando me desperté..., imagínate el pelotazo que llevábamos...
       -Vaya dos colgados estáis hechos... El alcohol es muy peligroso. De un gran ciego puedes perder completamente la conciencia y cometer locuras. Y la marihuana ilegal. Parece de coña. Dime tú qué locuras se cometen tras fumarte un porro..., no pierdes el control del tus actos, conservas la conciencia, no se te olvidan las cosas al día siguiente como a Gil... Pero claro, el alcohol es legal por la historia que tiene en nuestra sociedad. Por cultura y tradición. Siempre se ha bebido alcohol en España.
     -Yo tampoco entiendo por qué es ilegal la marihuana, y no crea dependencia como ocurre con el alcohol. Además sería una fuente de riqueza para el Gobierno. Podrían legalizar la marihuana ahora en crisis en vez de hacer tantos recortes sociales.
       -Ahí la has dado primo: Con lo que ganara el Gobierno en impuestos no tendría que atrasarle la edad de jubilación a mi padre, que está hasta los cojones de tirar pintas en el bar.
     -Y es que además es una tontería que la marihuana sea ilegal, porque está muy extendida en la sociedad, fuma mucha gente. La gente no va a dejar de fumar porque sea ilegal, y el dinero que el Gobierno no se ingresa con su ilegalización se lo llevan los narcos en el mercado negro. En Holanda, por ejemplo, se fuma legalmente prácticamente desde que en España murió Franco, y se empezó a educar y a informar para un uso responsable de la marihuana. Los estudios que se hicieron mostraron que el consumo no aumentó con su legalización. De hecho, de los más de 1000 coffee-shops que se abrieron al principio de la legalización, actualmente han desaparecido casi la mitad, ya sólo quedan unos 600 en todo el país.
       -Compadre, no veas si estás tu puesto en el tema, ¿no?, jajaja.
       -Cojones, si es que está el asunto ahora muy caliente. Todos los días sale en el periódico alguna noticia sobre esto. Y bueno, te digo otra cosa: Ahora en un pueblo de Tarragona el alcalde ha decidido destinar unos solares para el cultivo de plantas de marihuana por parte de una organización de consumidores de marihuana. Con esto lo que pretende el alcalde es sanear las cuentas municipales. Vamos, salir de la crisis echando mano de esta droga blanda, igual que se hace con el alcohol. Y en el País Vasco, el Gobierno autonómico está pensando en legalizar la marihuana haciendo algo parecido a lo de Holanda: que se pueda fumar sólo en clubes privados. Y lo que pretende con esto es también salir de la crisis sin tener que ir andando con la tijera a diestro y siniestro. ¡El Estado del bienestar que se está derrumbando con tanto recorte podría salvarse gracias a la legalización de la marihuana!
       -Resumiendo, que Rajoy debería legalizar la marihuana, ¿no? Pues no lo imagino yo anunciando eso en el Congreso, la verdad, jaja, ¿te imaginas?
     -Pues no, la verdad es que yo tampoco me lo imagino. Pero sería bueno para él, sería una forma de atraer a más votantes para una posible segunda legislatura. Para potenciales votantes sería como dejar de darle la espalda a la demanda que hace la sociedad española de esta sustancia, sería darle la cara a la realidad.
       -Sí, pero quizás también legalizar la marihuana puede suponer que actuales votantes suyos dejen de votarlo.
       -No creas, ¡aún estamos a 4 años de las elecciones!, de momento el principal problema de Rajoy y de sus ministros es salir de la crisis, y si con los impuestos de la legalización de la marihuana se llenan las arcas del Estado y se dejan de sacrificar derechos sociales, quizás esos actuales votantes de Rajoy no vean con malos ojos su iniciativa. Incluso podrían considerar eso como una modernización de Rajoy y del partido a los nuevos tiempos.
       -Uhmm..., ¿y si llevamos a cabo alguna iniciativa legislativa?, no sé tronco, podemos hablar con organizaciones de consumidores de marihuana, enterarnos de cómo van las proposiciones de leyes, hablar con abogados que se dediquen al tema...
       -Paso. Nosotros no tenemos poder para hacer nada.
       -¿Tú crees?
       -En verdad, no sé.
       -Una última copa?
       -Al lío.



jueves, 29 de marzo de 2012


De oportunismos desaprovechados

       -¡Señor, señor!- se oían unas voces, entre nerviosas y excitadas, a lo lejos. Era de noche. Luna llena y cielo despejado. La luz plateada del astro lo inundaba todo, y ataviaba al mar de infinitas lentejuelas plateadas. La playa vestía de gala. Algo estaba pasando. Aquella noche se me presentó la oportunidad de hacerme rico.

       Era noche del mes de agosto, no mucho más tarde de la medianoche, quizás la una de la madrugada. El castillo que la claridad de la luna permitía vislumbrar océano adentro, hacia el noroeste, delataba el lugar en el que nos encontrábamos: costa gaditana, en algún punto cercano al Castillo de Sancti Petri. La sobremesa de la cena en la terraza del jardín, a pie de playa, con aquel paisaje como fondo, me había decidido a bajar a la playa a darme un baño nocturno. Hacía un calor húmedo, que provocaba la constante sensación de suciedad propia de la salitre. La sal envolvía el aire y lo hacía tan pesado que casi podía palparse. El Atlántico, tras el caluroso día que había hecho, ofrecía unas aguas templadas, más propias de balneario que de océano, y sumergirse en él en esa noche se me antojaba privilegio que no podía desaprovechar.

      Bajé a la playa, y, tras darme un relajante baño, me tumbé cuan largo era sobre la toalla que minutos antes había tendido sobre la fina arena, dejando pacientemente que aquel aire húmedo secara mi piel. Después me erguí, y, con la toalla al hombro, comencé un parsimonioso paseo, protagonizado por el encanto de aquella luz que la luna vertía sobre la playa. Fue entonces cuando divisé a lo lejos el grupo del que provenían los gritos, que se acercaba presuroso hacia mi.

       -¡Señor, ayuda!-. Aquellas voces se hacían más claras y nítidas por momentos. Alcanzaba a distinguir el grupo del que provenían los voceríos, que se acercaba corriendo por la orilla. Se trataba de un grupo de unas cinco chicas. Por el acento supuse que serían madrileñas, y por la temporada y el lugar, que disfrutaban de unos días de vacaciones en estas playas sureñas. Eran jóvenes, no tendrían más de 15 ó 16 años, aunque yo no contaba con mucho más en aquel verano de 2007: 19 años. Llegaron hacia mi histéricas, y, antes de que pudiera preguntarles el motivo del socorro, comenzaron todas a farfullar palabras, atropellándose las unas a las otras: “Estábamos dando un paseo, y de pronto vimos un barco muy cutre que estaba llegando a la orilla...”, decía una, cuando otra la interrumpía, “¡No era un barco, era una patera!”, y otra añadió “Era una patera de negritos que venían de África, así que fuimos corriendo a ayudarles”, cuando otra la interrumpió para decir “Y entonces empezaron a sacar de la patera cajas, y a ponerlas en la orilla”. Y así siguieron ellas, relatándome la experiencia que venían de vivir como buenamente sus nervios les permitían. “Pero no sabemos qué estaban haciendo, porque cuando fuimos a ayudarles nos dijeron de muy malos modos que nos fuéramos corriendo. ¡Hablaban español!”;Creemos que tenían miedo de que les descubriera la Guardia Civil, porque se los llevan de nuevo a su país, y que por eso nos decían que nos fuéramos, y que las cajas eran sus pertenencias”; Y nosotros, en vez de irnos, les dijimos que no tuvieran miedo, que podíamos ayudarlos, y entonces uno se puso violento y nos dijo que nos fuéramos corriendo si no queríamos tener problemas”;Y yo le dije que no se pasara, que mi padre era policía, que sólo queríamos ayudarlos”; Se pusieron muy nerviosos al vernos llegar, y encima cuando Ana le dijo que su padre era policía se pusieron violentos y nos amenazaron, y fue cuando nos fuimos corriendo”.

       Los semblantes de aquel grupo, que en un principio manifestaban turbación y cierto pavor, pasaron a expresar excitación y nerviosismo. Por el énfasis que ponían en contarme la historia vi que se sentían protagonistas fortuitas de una aventura. Dejé que recuperaran el resuello, y, cuando estuvieron algo más calmadas, les pregunté ciertas cosas para terminar de atar cabos. Mientras me contaban todo aquello ellas mismas asimilaban su propia historia, y noté cómo se desmoronaba la certeza que tenían de lo que creían que había sucedido. Había algo que no les cuadraba.

     Me dirigí con aquellas chicas hacia la altura de la playa donde había tenido lugar aquello que me contaban. Caminamos unos cinco minutos hasta quedarnos a unos 30 prudentes metros de donde había atracado la embarcación, y nos encontramos con un extraño escenario: Ni rastro de los supuestos negritos. Una enorme zodia negra de 10 metros de largo por 5 de ancho se encontraba varada en la orilla, con un gran motor de muchísimos caballos levantado, los suficientes como para propulsar esa enorme embarcación. El casco de la zodia estaba inclinado hacia el lado del que veníamos nosotros, lo que nos permitía ver el interior de la barcaza, donde se observaban cajas apiladas por todo el suelo, dejando el espacio justo para que un hombre manejara libremente el timón y para que otros tantos se acomodaran en tanto durase el trayecto. Los hombres desaparecidos habían empezado a sacar las cajas, que estaban esparcidas en una fila más o menos india, desde la embarcación hasta el final de la playa, donde comenzaban algunas hectáreas de bosque de pinos que por entonces aún se habían librado de la fiebre del ladrillo. Entre caja y caja había diferentes distancias, más o menos largas, entre los 5 y los 20 metros. Si hubieran estado más cercanas las unas de las otras, podría haberse dicho que estaban dispuestas para ser sacadas de la embarcación haciendo una cadena humana. Las susodichas cajas tenían forma más bien de maletín, pues en la parte superior de ellas tenían un asa para que pudieran prenderse bien, y el largo de éstas era superior a su ancho su ancho.

     La escena me sorprendió y entusiasmó. Los responsables de aquello habían salido pitando, abandonando toda la mercancía ahí, después de haber hecho lo más difícil: cruzar el Estrecho de Gibraltar pasando desapercibido. Era chocante. ¡Apenas habían comenzado el trabajo de descarga, la zodia estaba llena! Pensé que habrían huido a causa del desafortunado encontronazo con las madrileñas, que había acabado con la amenaza de éstas de llamar a la policía. Las chicas estaban confundidas, no comprendían bien qué era aquello, aunque de una cosa estaban ya seguras: aquellos hombres que llegaron de África no eran negritos inmigrantes en busca de un futuro mejor en Europa.

      La seguridad que les proporcionó al grupo de madrileñas encontrarme minutos antes y el entusiasmo que las invadió al verse inmersas en aquella aventura nocturna se disiparon rápidamente. Volvían a sentir miedo por el retorno al lugar de los hechos y por la incertidumbre de la situación. Algunas de ellas tomaron la iniciativa de llamar a la Guardia Civil, a la que le contaron lo sucedido, y la que contestó diciendo que no nos moviéramos del lugar de los hechos, pues nuestros testimonios podrían ser útiles para la pesquisa, y que no tardarían más de 5 minutos en llegar. ¡5 minutos! No tenía mucho tiempo para actuar. Los pensamientos que rondaron por mi cabeza en ese instante hicieron que se me erizara el bello y que la sensación térmica de mi cuerpo aumentara tanto hasta hacerme sudar. Me puse nervioso y empecé a sentir un hormigueo por todo el cuerpo. Miraba hacia el pinar pensando que probablemente los traficantes estarían allí expectantes, tutelando su potencial fuente su riqueza. No pensaba que estuvieran dispuestos a renunciar a aquel alijo por una simple amenaza de llamada a la policía. Se habían arriesgado a cruzar el estrecho más vigilado del mundo por los equipos más competentes en la lucha contra el narcotráfico. Ya habían hecho lo más difícil, y habían salido airosos. Por el momento habían conseguido burlar una buena temporada entre rejas. Las decenas de maletines que calculé habrían en la zodia podían alcanzar en el mercado negro un precio de cifras mareantes, quizás el dinero suficiente como para que unos cuantos hombres con dos dedos de frente pudieran vivir toda la vida. Dada la magnitud del matute no me extrañó que llevaran armas: era mucho lo que se estaban jugando.

       Me acerqué al maletín que tenía más cerca, uno de los aquella irregular hilera, para comprobar su peso. Tuve que ayudarme con las dos manos para poder levantarlo de la arena. Era realmente pesado, no sabría decir cuántos kilos pesaría. Pensé que podría excavar rápidamente un hoyo en la arena, cerca de allí, y enterrar algunos de esos maletines. Pasó por mi cabeza fugazmente el pensamiento de que con la ayuda de aquellas cinco chicas podríamos excavar un par de agujeros en un periquete, pero rehusé esta idea por el hecho de no implicar a nadie en algo tan serio. Si hacía algo, tenía que hacerlo solo. El corazón me latía tan fuerte que podía oírse. Ahí dentro había muchos kilos de hachís.

       Mientras volvía sobre mis pasos hacia el grupo de madrileñas, mi cabeza pensaba a mil revoluciones por minuto: sopesaba las contras de consumar la idea que me arañaba la mente. Podría ser que si los narcotraficantes estuvieran ahí al acecho, como pensaba que así era, que salieran de su escondite al verme coger alguno de sus paquetes, y que tomaran represalias. O también podría ocurrir que llegase la Guardia Civil, pillándome con las manos en la masa enterrando uno de los paquetes, y que me detuvieran.

     -¡Luces!, ¡son coches!, ¡vienen coches por la playa!- comenzaron a gritar las madrileñas. Efectivamente se veía cómo se acercaban rápidamente varios todo terreno por la playa. Tanto las chicas como yo pensábamos que sería la Guardia Civil, como efectivamente comprobamos cuando se acercaron un poco más. El convoy se componía de 4 Land Rover y de al menos 16 hombres de la benemérita. Dos vehículos pararon al lado de la embarcación, cada uno a un lado, iluminándola, otro paró a espaldas de la orilla, alumbrando la fila de maletines que iba desde la zodia hasta el pinar, y el cuarto aparcó a nuestro lado. Por primera vez en toda la noche vi como el rostro de aquellas chicas se relajaba. Respiraban, descargaban tensión. Yo no podría describir cómo me sentía. Por mi cuerpo y cabeza pasaban sensaciones y pensamientos contradictorios. Los guardias civiles descendieron de sus vehículos. Los que pararon al lado de nosotros vinieron a nuestro encuentro. Las madrileñas los recibieron como héroes y les comenzaron una vez más a contar la historia mientras uno de los guardias levantaba atestado. Yo estaba callado, ligeramente apartado de ellos. Estaba confundido. Otro grupo de guardias civiles se acercaron a la zodia encallada en la orilla, y la alumbraron con linternas de alta potencia. Me acerqué hacia ellos. “Sí, se trata de una operación de gran magnitud. Por lo menos tenemos aquí dos toneladas”. Después se dirigieron hacia el primer maletín que había en la arena, y uno de ellos cogió una navaja he hizo una raja en el mismo, tras lo cual, con la misma hoja de la navaja, extrajo una muestra de aquella sustancia de color entre ocres y marrones. Se llevó la muestra a la nariz y dictaminó con voz grave lo que todos sabían: “Hachís”.

      Los Guardias Civiles analizaban el alijo de hachís con caras de seriedad. Cada uno sabía lo que tenía que hacer. Se les veía con experiencia. Pertenecerían a un equipo especializado en operaciones antidroga. Varios agentes se acercaron a la zodia para comenzar a descargarla de paquetes. La zodia estaba encallada en la orilla, por lo que para subir a ella había que mojarse los pies hasta por encima de los tobillos. Los guardias se quedaron a unos metros de la orilla indecisos: para nadie era agradable meter en el agua los pies calzados con esas pesadas botas. Viendo la escena, y por la curiosidad de subirme a la barca y ver aquello más de cerca, me acerqué al grupo y le ofrecí mi ayuda: yo estaba en bañador a causa del chapuzón que había ido a darme en la playa. Ellos no ofrecieron pega alguna y se mostraron agradecidos. Ya se habían acostumbrado a mi presencia en el meollo del asunto. A pesar de estar inclinada la zodia, apoyada sobre uno de sus laterales en la arena, tuve que ayudarme con los brazos para montarme en ella. Por dentro la barca parecía aún más grande de lo que parecía por fuera. A pesar de estar prácticamente llena, había hueco para por lo menos diez hombres. Los paquetes que los narcotraficantes habían sacado habían estado dispuestos en los niveles superiores, por lo que el espacio que ahora mismo se veía que había en el suelo era el mismo que habían tenido los narcos durante el viaje. Había muchísimos paquetes. Así uno de ellos y se lo tendí al agente que se había resignado a acercarse conmigo hasta la zodia, mojándose las botas. Éste se lo pasó al siguiente, también con las botas caladas, y este al siguiente, ya en terreno relativamente seco y firme. Los guardias civiles habían formado una especie de malograda cadena humana para ir sacando los fardos. Uno de los agentes trajo de uno de los coches una báscula y pesó uno de aquellos paquetes. 35 kilo. Mientras seguía sacando fardos de la motora se subieron un par de agentes a la zodia para hacer lo propio. Me dijeron que no hacía falta que siguiera ayudándoles, que ellos podían. Se mostraron agradecidos por mi disposición. Me bajé de la zodia y me alejé de ellos con aquel número en la cabeza: 35.

       Un poco apartados de los guardias civiles vi que seguía el grupo de madrileñas. Parecía que ya habían terminado los guardias de levantar testimonio de la experiencia que habían vivido las chicas. Me acerqué a ellas. Respiraban tranquilas y comentaban emocionadamente las vicisitudes que aquella playa gaditana les había preparado para esa cálida noche. Me ofrecieron ir con ellas a tomar algo a los chiringuitos que según decían no estaban lejos de allí, pero rehusé la invitación. Tenía ganas de estar solo. Me despedí de ellas y encaminé la orilla en sentido opuesto al que llevaban, camino a casa. Iba sumido en amargos cálculos:

      35 kilogramos por maletín. En el mercado negro se vendía el gramo de hachís de calidad media a unos 3€ aproximadamente. El alijo de esta noche, que no podía venir sino de Marruecos, y que sería de la calidad más pura, lo que vulgarmente se conocía en la calle como “hachís doble cero”, era el hachís más puro. Aún no estaba mezclado con otras sustancias para aumentar su volumen y sacarle así más rentabilidad en el mercado. Un producto así se podía vender por 5€ el gramo al por menor; al mayor, vendido por kilos para deshacerte antes del marrón, a 1 o a 2€ el gramo. Si había 35 kilogramos por maletín, a razón de 1 euro el gramo, se sacaban 35000€. A 2€, 75000€. Una fortuna. Una fortuna que había desaprovechado.