Si no me quiere, prefiero
morir
I
Con aquel chico, Jorge,
se había vuelto a ilusionar. Su vida había vuelto a adquirir
sentido. Si tenía que despegarse de él aunque fuera tan sólo por
unas pocas horas, como cuando se iba a jugar al fútbol con sus
amigos, ella sufría, y sólo esperaba el momento en el que él
terminara el partido para volver a casa, donde ella lo solía esperar
con la cena preparada, con los platos que a él más le gustaban.
Vivían ambos en la ciudad Condal, donde se habían conocido en la
facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Barcelona. Cada
uno vivía en un piso alquilado “de estudiantes”, de esos de
alquileres elevados y grandes carencias, ya se tratara de una
lavadora que desteñía la ropa de forma sistemática, por un
problema con la temperatura del agua, o de una vitrocerámica antigua
de 4 placas, de las que tan sólo funcionaba una. No obstante,
podríamos decir que vivían juntos: Desde que se conocieron sus
vidas se habían fusionado en una sola. Compartían piso siempre,
fuera el de él, fuera el de ella, lo cual hacía un poco estúpido
el gasto de dos alquileres, cosa que hacía enervar a los padres de
ambos, pues eran los que financiaban los estudios de los dos.
Llevaban así 5 años, desde que se conocieron en 1º de carrera.
Habían pasado sus 5 años de estudios universitarios como novios, y
ahora estaban a punto de licenciarse y de empezar a buscarse las
castañas por sí mismos. Esos 5 años de relación fueron
maravillosos para Carla y Jorge. Fueron maravillosos hasta que el
amor se acabó. Hubieran ambos firmado quererse y permanecer juntos
hasta la muerte, pero desgraciadamente el amor es una ciencia infusa
que se iba igual que venía, sin saberse por qué, sin motivo, de
forma irracional. Fue entonces, en 5º de carrera, cuando las
mariposas del estómago de Jorge dejaron de mover las alas, y de
hacerle cosquillas. Ya no iba a casa de Carla después de los
partidos de fútbol, ni la llamaba después de un día entero sin
verse. Ya no la quería.
Jorge empezó a sentirse
incluso culpable de haberla dejado de querer después de la
intensidad del amor que ambos se habían profesado. Ella en cambio lo
seguía queriendo igual, como siempre, hasta la muerte, y ver que él
ya no la quería le suponía el peor de los sufrimientos. Era una
condena que no podía soportar. Por eso el día en el que él reunió
el valor suficiente como para hacerla entender que ya no la quería y
que la relación que tenían se había acabado, ella entró en una
depresión tan grande que la llevó al extremo de un intento fallido
de suicidio: Era diabética y dejó de inyectarse sus dosis de
insulina, hasta que entró en coma por hipoglucemia grave, por un
nivel extremadamente bajo de glucosa en sangre. Sin él, ella no quería vivir.
Por su parte, Jorge
estaba al corriente de aquel intento de suicidio, pues ambos tenían
amistades en común que lo ponían al día de la evolución de Carla,
así que sabía por todo por lo que ella estaba pasando. Ya no la
quería a ella, pero tampoco quería a las demás. Había
experimentado un amor tan profundo, una devoción tan grande, una
pasión tan intensa, que la vida ahora le parecía nimia y sin
sentido, y las chicas, vulgares. Le parecía un milagro que alguna
chica pudiera estar algún día a la altura que Carla impuso.
II
-¡Carla, Carla,
despierta!, ¡estás teniendo una pesadilla!- ella abrió los
ojos y se irguió súbitamente. Tenía el semblante pálido, y un
sudor frío la empapaba por completo. Tenía escalofríos y temblaba
ligeramente. Su temperatura corporal era más baja de lo normal. La
expresión de su rostro, completamente descompuesto, dejaba ver el
pánico que aquella pesadilla le había provocado.
-Ten, cielo, bebe
agua. No pasa nada, estás aquí conmigo. ¡Estás helada!, toma,
tápate, tienes que entrar en calor. Dime, ¿qué has soñado tan
horrible como para que te despiertes así?
Carla estalló en un
lastimero sollozo que desembocó en llanto. Cuando consiguió
recomponerse dijo:
-Ay Jorge, he soñado
que dejaba de inyectarme mis dosis de insulina. He soñado que me
suicidaba.
Tras decir esto volvió
a estallar en un nuevo y desconsolado llanto. Era un llanto
desgarrador que hacía poner el bello de punta.
-Pero Carla, ¿qué
dices?, ¿por qué ibas a querer suicidarte?
-Jorge, he soñado
que me suicidaba porque dejabas de quererme.
-Eso es imposible
cielo, yo nunca voy a dejar de quererte, ¿entiendes? Nunca. Tú y yo
vamos a estar juntos siempre.
Y con la seguridad de
que todo estaba en orden, Carla volvió poco a poco a entrar en calor
y a quedarse dormida entre los brazos de Jorge.
III
-¡Carla, Carla!,
¡hija mía!, ¡te has despertado! ¡Llamen al doctor, urgente!, ¡mi
hija ha salido del coma! ¿Cómo te encuentras mi niña? ¡Gracias a
Dios que te has despertado!
Carla se había
despertado del coma con una sonrisa en los labios. Su expresión era
relajada, y manifestaba felicidad. Sus ojos no terminaban de enfocar
correctamente en el lugar en que se encontraba. Parecía ausente. Su
mente no estaba en aquella habitación del hospital Clinic I
Provinzal de Barcelona. Parecía
como si algún bonito sueño la hubiera empujado a salir del coma
diciéndole “Carla, ¿por qué seguir pasándolo mal?, ¿por qué
seguir con el sufrimiento?, despiértate y vive, que vida sólo
tenemos una y hay que aprovecharla”. En las próximas horas
Carla fue adquiriendo poco a poco conciencia de la realidad. Fue
recordándolo todo con la ayuda de su madre, que, a su lado, se
encargó de que ella adquiriera nuevamente conciencia de su
situación. Poco a poco el rostro relajado con el que Carla había
despertado empezó a cambiar y a adquirir expresión de terror. Sus
facciones empezaron a tomar formas desencajadas, y sus ojos se
abrieron mucho, hasta el punto de que parecía que se iban a salir de
sus órbitas. Sus pupilas se contrayeron hasta la cuasi desaparición, dejando pacíficamente que el iris invadiera su espacio. Estaba prácticamente ciega. Su
temperatura corporal había cambiado drásticamente: Primero subió
mucho, hasta hacerla tener una fiebre de
45 grados, para bajar luego hasta los 30 grados. Sufría ahora
una hipotermia grave. Su tensión, por tanto, había subido y bajado
en picado. Ahora temblaba y sudaba fríamente. Sus constantes vitales
eran tan bajas que desafiaban la muerte: Estaban en el límite de
dejar de latir y de que la declararan muerta. El
rostro de Carla era de pánico. No hablaba, no reaccionaba.
Había entrado en un estado de shock, y tan sólo repetía con agonía
una y otra vez para sí misma y mirando al vacío: “Si
no me quiere, prefiero morir”.
Se había despertado del coma a mediodía, para una hora más tarde
entrar en ese estado de shock. Los médicos estuvieron toda la tarde
intentando reanimarla, hasta que, finalmente, sobre las 8 de la
tarde, tuvieron que declarar su muerte cuando las constantes vitales
de Clara desaparecieron.
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