Desaliento
Se trata de ese
sentimiento que se te mete en el cuerpo y que no se sabe a ciencia
cierta cuándo te dejará. Ese sentimiento que te come por dentro y
que te va destruyendo poco a poco. No te deja vivir. Se adueña de ti
y se aferra a tus entrañas como lo haría una garrapata a un perro.
Es ese sentimiento de tedia y desidia que te amarga. Que te vuelve
indiferente hacia el mundo que te rodea. Que te deja en un estado de
intranquilidad y nerviosismo permanente. Es de los peores
sentimientos que puedan rondar por la cabeza de alguien. Y todos los
hemos tenido, unos más a menudo, otros menos. Para hacerles frente
es muy importante la actitud que se tenga ante la vida, pero es un
sentimiento tan destructivo que incluso los más optimistas sufren y
caen en el agujero. Es el sentimiento de tener la certeza de que
algo, con mayor o menor concreción, no va como sería deseable. En
realidad, es el sentimiento de saber que nada puede ir a peor. Son
sentimientos íntimamente relacionados con la vida de cada uno, con
la actual situación personal que se padece. Cuando llega, la vida
empieza a carecer de sentido. Desde luego, como con casi todo, hay
grados, niveles, pero ahora mismo estamos extremando la situación, y
en el extremo uno incluso desearía colgarse. Porque no quiere seguir
viviendo. No así. No de esta manera. Son momentos en los que uno
necesita urgentemente a alguien. Hablar. Gritar. Pegarle a alguien.
Que le peguen. Llorar. Desahogarse a fin de cuentas. Salir a pasear y
a que el aire puro te de un tortazo de realidad.
Pueden venir a causa del
mal hacer de alguien o, más comúnmente, del mismo sufridor. O
simplemente de forma fortuita. A veces son sentimientos incongruentes
al entender de los demás, pero que a uno le hacen llevar una pseudo
vida, pues le hacen convertirse en una sombra, en un fantasma
viviente. En no pocas ocasiones pueden tener fácil solución, pero
no se le ve la luz. No hay claridad. Nos ciegan.
Somos animales de
costumbres, como dice mi madre. De
rutinas. De maravillosas rutinas. Y el que diga que no le gustan las
rutinas miente. Hasta el menos casero de los hombres echa en falta su
casa después de una temporada planchando la oreja donde se pueda.
Quien dice casa dice autocarabana, o tienda de campaña. Incluso
chabola o el rincón del aeropuerto de turno, con decoración y olor
ya propios. Nadie puede renegar de las rutinas porque viene con el
ser humano. La rutina proporciona estabilidad y seguridad. Y
yo tengo una grave carencia de esas en este momento de mi vida.
Voy por la calle mirando
al suelo. ¿Para qué voy a mirar al cielo, si no hay sol? París es
una ciudad gris durante casi todo el año. Gris. Pero tiene un
encanto oculto incluso con su gris que me inspira y hace que me
regodee en mi patético amargamiento. Ya lo dijo el romántico
parisino Henry Murger: “La bohemia no es posible sino en París”.
Fue este hombre, cuyo busto descansa hoy en los Jardines de
Luxemburgo, quien inventó el término “bohemia”. Y quien inventa
algo dice lo que quiera sobre ese algo. Lo configura y le da
personalidad. Aunque no iría tan desencaminado con su dicho si tras
él numerosos artistas a principios del siglo XX encontraron también
ese encanto oculto, pues llegaron a la ciudad para no volver a sus
lugares de origen. Y peso da también a este encanto oculto el que
sea la ciudad más visitada del mundo, lo que puede dar a pensar que
no será tan oculto.
Pero claro, no se ve
nada si uno va por la calle mirando al suelo.
Aunque no se trata sólo
de la falta de esa rutina que siento que me acompaña desde hace
algún tiempo ese indeseable oscuro del que hablamos. A veces no se
sabe muy bien por qué viene ese sentimiento, pero otras, en cambio,
se puede tener idea. Y en este caso yo tengo idea de cuál, o mejor
dicho cuáles, son los por qués. Y escuchen, no es para tanto. Pero
sí para algo. Estoy seguro de que en realidad nada de lo que pienso
que me pasa es tan trascendente. Pero no puedo hacer nada. Me siento
impotente. Estoy atrapado en una jaula transparente de límites
inciertos que me asfixia. Ese sentimiento llegó a mi y separarme de
él se me antoja toda una odisea. Pienso, imaginen (pienso y no creo,
porque como gustaba decir a mi profesor de Historia del Derecho “Para
creer, crean en Dios. Dejen de creer y empiecen a pensar”), que
podría ser tan difícil como para un elefante metérsela a una
hormiga.
Aunque ya saben la frase
popular que reza: Con paciencia y saliva, el elefante se la metió a
la hormiga. Así que supongo que se trata de una cuestión de
paciencia, que como bien dice la otra también conocida y popular
frase “La ciencia es la madre de todas las ciencias”. Y de
ponerse las pilas. De moverse. De encontrar poco a poco el camino. De
ir en línea recta. De dejar de martirizarme con lo negras que están
las cosas. Y no sólo para mi, sino para muchos otros contemporáneos
también. Pero radicalizo la situación y los pensamientos, y veo el
panorama con los ojos cegados, con los ojos que no quieren ver. Y no
los hay peores.
Dosis de paciencia,
voluntad y optimismo. ¡Por favor!
¡E inyección de
escrúpulos y ética! ¡Legalidad! ¡Joder! Inyección de todo esto,
por ejemplo, para todos los guapos y guapas que hacen posible el
indeseable generalizado enchufismo en la Administración. Qué mínimo
que en la función pública, la que pagamos todos (con más o menos
gusto) sin que a nadie le pregunten si quiere. Fulanito Vázquez
López, catedrático de Derecho X del departamento X en la
Universidad X. Menganito Vázquez González, profesor titular en el
mismo departamento de la misma universidad e hijo del anterior.
Pepito Vázquez González, hermano del anterior como bien suponen,
investigador adjunto en el mismo departamento de la misma
universidad. Y así podemos seguir y enlazar generaciones, amistades
e influencias en gran parte del conglomerado que supone la poco
democrática función pública de nuestro país, con especial mención
a nuestra para nada querida Administración andaluza después del
reciente numerito de enchufismo laboral. Ante esta desvergüenza,
¿qué incentivo tenemos?
No hay derecho, ¡y
menos en la facultad derecho! Qué hipócrita paradoja. Si tan pocos
escrúpulos tiene la propia dogmática del derecho, la doctrina, la
que enseña e ilustra a futuros juristas en pos de la legalidad y del
estado de derecho, y en pos del texto jurídico que lo inspira, la
carta magna, la descendiente de La Pepa, ¿qué nos queda? No me
digan que existe mayor desaliento. Desilusionante y frustrante. Es el
propio “sistema” el que nos vuelve escépticos. El que conforme
avanzan los años de democracia en nuestro país parece que va
retrocediendo en sus valores inspiradores en vez de avanzando.
De esta manera utilizan
las administraciones nuestros impuestos, forzándolos a ser
cooperadores necesarios en la vulneración de los principios
fundamentales de igualdad, mérito y capacidad en el acceso a la
función pública.