domingo, 30 de marzo de 2014

Dolor


I

Te diré, de verdad, que me lo pasé bien…,

que lo que lo dotaba todo eras tú.

Recuerdo bien los momentos que compartimos:

Cuando un mero paseo se convertía, ¡por donde fuera!, en una aventura;

Cuando un café con marihuana se transformaba en un coloquio metafísico y antropológico sin clausura;

Cuando te contaba mis sueños, y discerníamos sobre ellos;

Recuerdo tus besos…, y que tus enfados, más que tales, eran sonrisas menos pronunciadas.


II

No sé cuál fue el punto de inflexión…, no sé cuándo cambió todo esto para ti.

No sé si es que yo me encontraba impedido por la ceguera, o que tú disimulabas bien.

No sé por qué después del tiempo pasado, ni siquiera has tenido la decencia de mostrarme tus sentimientos, y decirme que yo no tenía hueco en ellos.

No tuviste el valor de decirme adiós, y ahora soy yo, ¡tonto de mi!, quien tiene que darse cuenta por sí mismo.


III

Recuerdo que las excusas, tras el punto de inflexión, me parecían razonables, y que no podía sino mostrarme comprensivo con ellas.

Me disfrutaste hasta que te saciaste de mi, y entonces, sin más, desapareciste.

Quizás esa sonrisa permanente, además de felicidad, mostraba debilidad, y te impedía tener la integridad suficiente para despedirme.

                Quizás no hubiera escrito esto con un adiós a tiempo.
Pero te lo diré, todo esto que pienso te lo diré, aunque sólo sea para que seas consciente del egoísmo del que hiciste gala.