martes, 15 de mayo de 2012


Impotencia

       Por eso sus historias eran así, claro. Por eso sus historias eran para un público poco exigente. Aún no estaban preparadas para ser editadas a gran escala, y ya probablemente nunca lo estarían. No obstante, no eran mediocres, pues sus historias tenían ese punto que las diferenciaba del resto, esa chispa que marcaba la diferencia; aunque era evidente que a él le quedaban años de experiencia para desarrollar esa chispa. Sus historias tenían una redacción y un estilo que las hacían tremendamente singulares. Además estaban bien estructuradas, y la lectura se hacía amena, hasta el punto de que de vez en cuando daba algún salto de calidad, un subidón, llegando al extremo de que si tenías que dejar la lectura por el motivo que fuese, pensabas tan sólo en volver a retomarla. Pero él no podía mantener esa calidad de redacción durante mucho tiempo. Aún no había adquirido la capacidad de hacer de sus historias un subidón permanente. Le faltaba experiencia. Era sólo a veces que sin causa aparente se sentía especialmente inspirado y hacía arte con su bolígrafo y sus papeles. Pero ya digo, esto sólo sucedía a veces, con lo cual no era extraño tener el infortunio de toparte con un texto suyo poco agraciado, en el que la lectura, sin que llegara a resultar aburrida, te fuera indiferente. Y la indiferencia, para una persona que pretendía llegar con sus escritos a la gente, era una pena que no podía soportar.

      Como escritor era un hombre al que se le veía mucho futuro. Los contactos que tuvo tiempo de hacer en esos pocos años que llevaba en el mundo de los escritores, lo tenían por un virtuoso en potencia. Incluso algún periódico de la época se atrevió con titulares como “Li Jao Jing, ex alto cargo público del régimen del difunto presidente Mao Tse Tung, se hace hueco tímidamente en el mundo editorial con publicaciones de gran talento”. Lástima que no pudiera llegar a mucho más, y no porque le faltara talento, como venimos diciendo, o no quisiera. Era una causa de fuerza mayor lo que le impediría llegar a los corazones de los ciudadanos del mundo. La causa era su edad. Tenía 85 años.

       Era pues, un anciano. Su cabeza funcionaba perfectamente, pero su cuerpo estaba muy deteriorado. Le fallaban las articulaciones y los huesos. Sus enfermedades le auguraban pocos años más de vida. Fue tras su jubilación, en la vejez, que coincidió con la muerte del dictador, cuando descubrió cobijo en los libros y en todo lo que éstos tenían que ofrecer. Fue cuando comenzó a leer libros de influencia extranjera, pues comenzó a llegar a China filosofía, historia y literatura libres de toda influencia maoísta. Y cuando empezó a pensar fuera de aquel mundo en el que sólo existían escritos inspirados en el marxismo-leninismo. Entonces cambió de pensamiento, y descubrió que había mundo más allá del comunismo.

      Él se había criado en el régimen comunista de Mao Tse Tung, en el campo. Toda su formación fueron los postulados del gran Mao. Su cerebro había sido absorbido por las tesis comunistas maoístas. Dejó el trabajo en el campo y se alistó por convicción en las fuerzas de seguridad del régimen, régimen que los consideraba a él y a los suyos, a todo el campesinado, como el motor de la revolución. Una revolución que sería llevada a cabo, dada las características de China, por los campesinos del campo, y no por los obreros de las fábricas. Dado que China era rica en tierras fértiles, este país se libraría del capitalismo generador de desigualdades sacando el máximo de sus recursos, sacando el máximo provecho del campo. De esta manera, todos los chinos fueron llamados a trabajar la tierra, quedando las ciudades en un segundo plano.

     Se educó en políticas que buscaban inculcar obediencia. Aprendió a no preguntar. A aceptar sin rechistar. A no cuestionarse nada. A recibir órdenes. Lo que le enseñaron en la escuela del régimen era todo el sistema legal, social y educacional que había creado Mao. Lo había inspirado él, y él era un hombre portador de una verdad que con el paso de los años se tornó en absoluta. Había sido mitificado antes siquiera de haber perecido. No existía educación fuera de los ideales de Mao, todo era su voluntad, la manera ver las cosas por excelencia. Así que aprendían a obedecer y no cuestionar, pues, si lo que se ordenaba era la voluntad de Mao, y Mao tenía la verdad absoluta, la orden era una orden incuestionable. Absurdo preguntarse si no existiría una orden mejor u otra forma de hacer las cosas.

       El régimen de Mao Tse Tung lo había convertido en un asesino, así que era odiado. Subió a altos cargos del ejército, y participó activamente en las políticas irresponsables del dictador, que llegaron a producir una hambruna que se llevó por delante más de 30 millones de vidas. Por eso cuando el régimen cayó y las cortes de justicia internacionales empezaron a buscar responsabilidades, él era uno de tantos ex altos cargos a los que se le había puesto precio a su cabeza. Sin embargo, él aceptaba su imputación, y se declararía culpable. Era consciente de todo lo que la locura del régimen de Mao había hecho, locura que no podría haberse llevado a cabo sin la colaboración de personas como él.

      Con sus historias ni quería ni pretendía la redención. No la quería porque la consideraba un insulto a la humanidad, y no la pretendía porque era todo demasiado reciente, las consecuencias del régimen seguían a flor de piel en la sociedad china. No podía aspirar al perdón, pero sí a la comprensión. Comprensión hacia lo que había sido su vida, comprensión hacia su educación, comprensión hacia lo que sus ideales habían dado por válido durante toda su vida a causa de las circunstancias en las que nació y creció, y en las que estuvo toda una vida. Comprensión hacia lo que esa prisión de miles de kilómetros cuadrados hizo de él. Ahora le faltaba tiempo. Tiempo para adquirir experiencia como escritor y hacerse leer, tiempo para hacerse llegar a oídos de la sociedad internacional y llegar al alma de tantos y tantos que sufrieron humillaciones, interrogatorios, torturas y muertes. No obstante, apenas consiguió siquiera la comprensión. Los que leían sus historias lo hacían a sabiendas de quién había sido él, por lo que los prejuicios en muchas ocasiones impedían que ese perdón llegara hasta la gente. Así, sus historias resultaban en su mayoría indiferentes. Y la indiferencia para él, que pretendía con sus escritos pedir perdón a la gente, era mayor pena que la pena capital. Ahora, anciano y enfermo, con 85 años, y a la espera del juicio que lo llevaría a la tumba, se consumía lentamente ante la agonía de la incapacidad de haber hecho llegar su perdón a víctimas y familiares.


2 comentarios:

  1. Muy interesante e informativa la entrada. Muy bien escrita también.

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  2. Ciertamente este lo veo más literario, no sé si es que te distancias de ti y hablas de otro, si es menos personal, si parece como documentado.... también creo que escribes más seguro de ti y a la vez más cuidado.

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