Impotencia
Por eso sus historias
eran así, claro. Por eso sus historias eran para un público poco
exigente. Aún no estaban preparadas para ser editadas a gran escala,
y ya probablemente nunca lo estarían. No obstante, no eran
mediocres, pues sus historias tenían ese punto que las diferenciaba
del resto, esa chispa que marcaba la diferencia; aunque era evidente
que a él le quedaban años de experiencia para desarrollar esa
chispa. Sus historias tenían una redacción y un estilo que las
hacían tremendamente singulares. Además estaban bien estructuradas,
y la lectura se hacía amena, hasta el punto de que de vez en cuando
daba algún salto de calidad, un subidón, llegando al extremo de que
si tenías que dejar la lectura por el motivo que fuese, pensabas tan
sólo en volver a retomarla. Pero él no podía mantener esa calidad
de redacción durante mucho tiempo. Aún no había adquirido la
capacidad de hacer de sus historias un subidón permanente. Le
faltaba experiencia. Era sólo a veces que sin causa aparente se
sentía especialmente inspirado y hacía arte con su bolígrafo y sus
papeles. Pero ya digo, esto sólo sucedía a veces, con lo cual no
era extraño tener el infortunio de toparte con un texto suyo poco
agraciado, en el que la lectura, sin que llegara a resultar aburrida,
te fuera indiferente. Y la indiferencia, para una persona que
pretendía llegar con sus escritos a la gente, era una pena que no
podía soportar.
Como escritor era un
hombre al que se le veía mucho futuro. Los contactos que tuvo tiempo
de hacer en esos pocos años que llevaba en el mundo de los
escritores, lo tenían por un virtuoso en potencia. Incluso algún
periódico de la época se atrevió con titulares como “Li Jao
Jing, ex alto cargo público del régimen del difunto presidente Mao
Tse Tung, se hace hueco tímidamente en el mundo editorial con
publicaciones de gran talento”. Lástima que no pudiera llegar
a mucho más, y no porque le faltara talento, como venimos diciendo,
o no quisiera. Era una causa de fuerza mayor lo que le impediría
llegar a los corazones de los ciudadanos del mundo. La causa era su
edad. Tenía 85 años.
Era pues, un anciano. Su
cabeza funcionaba perfectamente, pero su cuerpo estaba muy
deteriorado. Le fallaban las articulaciones y los huesos. Sus
enfermedades le auguraban pocos años más de vida. Fue tras su
jubilación, en la vejez, que coincidió con la muerte del dictador,
cuando descubrió cobijo en los libros y en todo lo que éstos tenían
que ofrecer. Fue cuando comenzó a leer libros de influencia
extranjera, pues comenzó a llegar a China filosofía, historia y
literatura libres de toda influencia maoísta. Y cuando empezó a
pensar fuera de aquel mundo en el que sólo existían escritos
inspirados en el marxismo-leninismo. Entonces cambió de pensamiento,
y descubrió que había mundo más allá del comunismo.
Él se había criado en
el régimen comunista de Mao Tse Tung, en el campo. Toda su formación
fueron los postulados del gran Mao. Su cerebro había sido absorbido
por las tesis comunistas maoístas. Dejó el trabajo en el campo y se
alistó por convicción en las fuerzas de seguridad del régimen,
régimen que los consideraba a él y a los suyos, a todo el
campesinado, como el motor de la revolución. Una revolución que
sería llevada a cabo, dada las características de China, por los
campesinos del campo, y no por los obreros de las fábricas. Dado que
China era rica en tierras fértiles, este país se libraría del
capitalismo generador de desigualdades sacando el máximo de sus
recursos, sacando el máximo provecho del campo. De esta manera,
todos los chinos fueron llamados a trabajar la tierra, quedando las
ciudades en un segundo plano.
Se educó en políticas
que buscaban inculcar obediencia. Aprendió a no preguntar. A aceptar
sin rechistar. A no cuestionarse nada. A recibir órdenes. Lo que le
enseñaron en la escuela del régimen era todo el sistema legal,
social y educacional que había creado Mao. Lo había inspirado él,
y él era un hombre portador de una verdad que con el paso de los
años se tornó en absoluta. Había sido mitificado antes siquiera de
haber perecido. No existía educación fuera de los ideales de Mao,
todo era su voluntad, la manera ver las cosas por excelencia. Así
que aprendían a obedecer y no cuestionar, pues, si lo que se
ordenaba era la voluntad de Mao, y Mao tenía la verdad absoluta, la
orden era una orden incuestionable. Absurdo preguntarse si no
existiría una orden mejor u otra forma de hacer las cosas.
El régimen de Mao Tse
Tung lo había convertido en un asesino, así que era odiado. Subió
a altos cargos del ejército, y participó activamente en las
políticas irresponsables del dictador, que llegaron a producir una
hambruna que se llevó por delante más de 30 millones de vidas. Por
eso cuando el régimen cayó y las cortes de justicia internacionales
empezaron a buscar responsabilidades, él era uno de tantos ex altos
cargos a los que se le había puesto precio a su cabeza. Sin embargo,
él aceptaba su imputación, y se declararía culpable. Era
consciente de todo lo que la locura del régimen de Mao había hecho,
locura que no podría haberse llevado a cabo sin la colaboración de
personas como él.
Con sus historias ni
quería ni pretendía la redención. No la quería porque la
consideraba un insulto a la humanidad, y no la pretendía porque era
todo demasiado reciente, las consecuencias del régimen seguían a
flor de piel en la sociedad china. No podía aspirar al perdón, pero
sí a la comprensión. Comprensión hacia lo que había sido su vida,
comprensión hacia su educación, comprensión hacia lo que sus
ideales habían dado por válido durante toda su vida a causa de las
circunstancias en las que nació y creció, y en las que estuvo toda
una vida. Comprensión hacia lo que esa prisión de miles de
kilómetros cuadrados hizo de él. Ahora le faltaba tiempo. Tiempo
para adquirir experiencia como escritor y hacerse leer, tiempo para
hacerse llegar a oídos de la sociedad internacional y llegar al alma
de tantos y tantos que sufrieron humillaciones, interrogatorios,
torturas y muertes. No obstante, apenas consiguió siquiera la
comprensión. Los que leían sus historias lo hacían a sabiendas de
quién había sido él, por lo que los prejuicios en muchas ocasiones
impedían que ese perdón llegara hasta la gente. Así, sus historias
resultaban en su mayoría indiferentes. Y la indiferencia para él,
que pretendía con sus escritos pedir perdón a la gente, era mayor
pena que la pena capital. Ahora, anciano y enfermo, con 85 años, y a
la espera del juicio que lo llevaría a la tumba, se consumía
lentamente ante la agonía de la incapacidad de haber hecho llegar su
perdón a víctimas y familiares.
Muy interesante e informativa la entrada. Muy bien escrita también.
ResponderEliminarCiertamente este lo veo más literario, no sé si es que te distancias de ti y hablas de otro, si es menos personal, si parece como documentado.... también creo que escribes más seguro de ti y a la vez más cuidado.
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