De vaciladas
Chulesca. Prepotente.
Intolerante. Intransigente. Es justo la actitud que un niño en plena
adolescencia tendría, cuando empieza a creer que el ser más vacilón
y valiente que los compadres hará aumentar su estatus social y, por
consiguiente, su autoestima. Cuando cree que tener la última palabra
hará que el conjunto de éstas tengan más peso, si es que en algún
momento lo tuvieron. Cuando se pone aún más gallito si el resto de
los llamados compadres secundan su actitud, o, al menos, se mantienen
ahí, expectantes, sin decir nada, lo cual, paradójicamente, puede
querer decir muchas cosas, como que lo apoyan, que están con él.
-¿Su tarjeta de
residente, por favor?- díjole el policía nacional al joven
marroquí tras haber tecleado en su ordenador lo que se teclea
protocolariamente cuando se tiene delante un pasaporte: la identidad
de nimportequi. El objeto es comprobar cosas como si ese
ciudadano está en busca y captura o si está acusado de espionaje al
Gobierno, entre otras posibles. La tarjeta de residente simplemente
refuerza la presunción de que el tipo en cuestión es efectivamente
el del pasaporte y también el que sale en la pantalla del ordenador.
-Sí, claro-
responde mientras empieza a sacar cosas del bolsillo y a ponerlas en
las narices del nacional, que sería literal si no fuera porque de
por medio está el típico cristal de seguridad que deja bien claro
que el que está al otro lado sentado es el que tiene la sartén por
el mango. Pañuelos usados, un juego de llaves, un teléfono móvil,
un par de caramelos, un “ventolín” para combatir la guasa del
clima costero, especialmente molesto ahora en Navidad. “¡Eureka,
la cartera!”- piensa el marroquí al tiempo que se disculpa por
el mercadillo organizado con ese acento que tanto caracteriza su
español. -Lo siento, es que tengo muchas cosas-.
-No se preocupe-
dice seco el nacional. Pareciera por el tono de voz que no le ha
caído en gracia el vecino del sur que se dispone, si se lo permiten
claro, a volver a su tierra. Pudiera ser porque la actuación del
marroquí deja manifiesta constancia de que está pintoncete, como
dice mi tío abuelo Antonio cuando nos vamos de copas y puros, o,
para que nos entendamos todos, con el puntillo. Con un par de
cervezas encima. O mejor dicho dentro. O tres. Además esta
manifiesta constancia de la que hablamos la corroboran sus ojos,
decorados con innumerables venillas rojas de cerca pero con un
difuminado rojo y blanco sucio a metro y medio de distancia.
Inyectados en sangre, vamos.
¡Riiiiing, riiiing!
Suena el teléfono que aún yace sobre las narices del policía.
–Salam malicum. Leves? Bla bla bla, bla bla bla- habla el
marroquí alegremente en su querido dariya mientras el nacional, que
sigue con su comprobación identitaria, empieza a gesticular “raro”,
dejando entrever deliberadamente que empezaba a estar un poco hasta
los cojones.
-Por favor, deje el
teléfono móvil- le suelta tan bruscamente al marroquí que
incluso yo, que era el que iba inmediatamente después de él para
hacer lo propio, me sentí ofendido.
-Lo siento- se
disculpa el del Magreb de rey descendiente, supuestamente, de Mahoma,
al tiempo que replica con indignación-, pero yo puedo hablar,
¿no?, no está prohibido. No he visto ningún cartel que diga que no
se puede hablar por el móvil-.
“¡Ojú, ojú,
muchacho!”, pienso, “que no hemos nacido ayer!”. Es de sobra
sabido que a los policías siempre en un tono humilde, como a ellos
les gusta. Hacerles pensar que te están salvando el pellejo, que el
país sin ellos se iría al garete.
-Se trata de normas de
educación. Sentido común, muchacho- responde el integrante de
los cuerpos de fuerzas y seguridad del Estado claramente molesto pero
gustándose de la posición que tanto la placa del pecho como el
cristal de seguridad le proporcionan. Y gustándose también de que
detrás suya uno, y en el exterior de la cabina de seguridad otro,
estén otros dos nacionales de pie, con los brazos cruzados,
contemplando el numerito con satisfacción. Y prosigue- ¿A que
delante de la policía marroquí no hablas por teléfono? Pues aquí
tampoco. A ver qué os habéis creído-.
Cierto es que el civismo,
la cortesía y las buenas maneras llaman a no contestar al teléfono,
o, al menos, a advertir al llamador de lo inoportuno del momento,
pero la legalidad, parte fundamental en disputas como estas si llegan
a más que la que estamos presenciando, respalda al marroquí. Así
como otros aspectos relacionados con las cualidades que un trabajador
del Estado de cara al público debe tener, como son la tolerancia y
la paciencia.
-Hat putisma- O
como se diga, suelta entonces el marroquí en voz baja, aunque no lo
suficiente como para que pasara desapercibido por el policía.
-Mira niñato. Te vas
a llevar una hostia. A ver si te vas a creer que aquí no se meten
hostias. Me llevaré luego los 100€ de la multa, pero me los
llevaré a gusto. Estoy harto de meterme en juicios con niñatos
marroquíes como tú.
A todo esto yo, y me lo
voy a permitir, flipando con la actuación del nacional. Vaya huracán
de desprecio del que estaba haciendo gala sin escrúpulo alguno. Como
el que tuvo el invierno pasado Sarkozy cuando le dio por “echar”
del país, y esto no tiene condiciones para la lateralidad, a
comunidades de gitanos rumanos. Y el policía con soltura, sin
inmutarse. Como si formase parte de la rutina de los controles
fronterizos. Y flipando también con la actitud de los otros dos
policías nacionales, que observaban aprobatoria y pasivamente la
facha puesta en escena de su compañero.
Pues con razón tienen la
fama que tienen, que coge cada vez más fuerza cuando en
conversaciones se vuelven protagonistas. Cierto es que no se puede
generalizar, pero me atrevería a afirmar que los otros dos pasivos
observadores policías nacionales no se mostrarían muy reticentes a
llevar a cabo numeritos similares si se diera el caso.
Pues eso. Chulesca.
Prepotente. Intolerante. Intransigente. Así fue ayer la conducta del
policía nacional de turno que nos hizo el control de pasaportes en
el puerto de Tarifa, cuando me dirigía a embarcar en el ferry para
ir a mi casa de Tánger. Indignadísimo me encontró mi madre cuando
vino a recogerme, a la que me faltó tiempo para contarle lo
sucedido.
Al final, después de la
bien creíble hostia amenazada por el policía al joven marroquí,
éste decidió serenarse y no dejarse llevar por el estado de
inconsciencia en el que te deja el alcohol, y que te lleva a actuar
más con corazón que con cabeza. Así que empezó a calmarse y dejó
cautamente que el policía terminase de soltar improperios contra su
persona.
La escena que montó el
policía fue patética. Pensé que alguien debería haberla grabado y
llevado a un canal de televisión para denunciar ese trato vejante.
¿Quién se había creído que era? Parecía como que le diera asco
el marroquí. Con trabajadores así es normal que se cultive la
intolerancia entre los pueblos. ¡Y 100€ de multa!, eso sí que no
me lo creo. ¿100€ de multa porque a un policía le dé, así, por
la cara, por meterle hostias a un extranjero? ¿Ese es el precio de
la impunidad? , ¿una sanción administrativa? Si es verdad eso, es
una intolerable vergüenza. Meterle una paliza a alguien está
tipificado en el Código Penal. Es un delito. Pero si eres policía
qué pasa, ¿que es “legal”?. Quizás si esa multa fuera más
elevada más de uno se controlaría, aunque siguiera sin ser
considerada delito. Es cierto que no hay que olvidar que muchas veces
los policías fronterizos tendrán que hacer frente a situaciones no
deseables con individuos no deseables, pero el derecho a un trato
digno es un derecho humano recogido en diversos textos jurídicos
internacionales, como en la Declaración Universal de los Derechos
Humanos y en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos
y, sin ir más lejos, en nuestra Constitución Española, en la
sección primera, titulada “de los derechos fundamentales y de las
libertades públicas”, en su artículo 15, cuando reza “Todos
tienen derecho a la integridad física y moral, sin que, en ningún
caso, puedan ser sometidos a tortura ni a penas o tratos inhumanos o
degradantes” y en su artículo 18 cuando dice “Se
garantiza el derecho al honor.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario